Carito:
Hace un mes aquí se extinguió el brillo de tu luz, sólo para renacer en otros sitios más altos, allá en este inmenso firmamento cuajado de estrellas y desde allá recordarme tu omnipresencia en cada célula, en cada poro, en cada parte de mi ser.
Tu ausencia-presencia de estos larguísimos días son de un grito callado, de un tristísimo júbilo por el regalo de vida que nos diste a los hijos, a mí; por el regalo de vida que nos diste a la familia entera, por haber sido y seguir siendo un eje central.
Tu presencia compañera en mis trayectos son imborrables; te veo de rodillas limpiando la duela de Patriotismo generando ese bellísimo efecto de la luz con el polvo mientras tumbada en el sofá a cuadros tomo jubilos mi pachita y con una pierna cruzada sobre la otra.
Te escucho en Atlanta tarareando mientras asomo mi crespo cabello al espejo de la mesa de centro o acaricio al gato junto a la ventana del comedor.
Te contemplo lavando los trastes con agua de baldes montados sobre el carretón allá en Santa Fé, para luego dar de comer a la Danesa y sus cachorritos.
Estás acarreando pacas de alfalfa para Florecita y llevarla hasta el establo de La Arenera; es la primera tarea porque además hay gallos, patos, perro, gato y camaleón. Hay inumerables ires y venres a la Colonia del Valle. Salimos de la escuela y los seis chamacos esperamos impacientes largas, larguísimas horas a que la Tía Susana y tú acaben su encerrada conversación antes de emprender el trayecto largo, caluroso y distante hasta casa.
Luego Tecamachalco, ya más pleno de recuerdos: las zacifragas, las botellas vacías de leche, una conteniendo el dinero, debajo de estas plantas; el Molín guardían ansioso de sus trozos de carne y hueso esperando a la puerta tu llegada. Los sábados yendo hasta Guadalquivir para las juntas de Haditas o Prado Norte para las juntas de los scouts; la fiesta de títeres, la fiesta de caballitos; las veloces comidas de lechuga o piña y bisteck, pero en cambio las larguísimas comidas de domingo con los Rubio y los Balducci Curtis.
Aparece ya tu libro de recetas de Elizabeth y el paladar haciéndose agua cuando yo descubro las delicias de la almendra, la zarzamora y el gulash. Me abres un paraíso en la sedería para descubrir las texturas y colores adquiriendo metros de blanquísimo organdí y de ahí salir a las volandas, me llevas con la Sra. Macedo que confecciona el albeante vestido de primera comunión y contra un sueño de niña para adentrarme en otras realidades, este vestido es corto, el tul que sale del tocado es más largo que el vestido. Me quedo por siempre, a pesar de innumerables horas de catecismo, con la existencial duda del dogma de la fé. No importa la ceremonia de la Comunión es celestial y sencilla, con música de órgano. Aquí en Tecamachalco vivo y revivo, aprendo la seguridad que brinda el irse a la cama escuchando música clásica. Oigo por primera vez en mi vida la palabra divorcio, me aterro! Pero todo pasa como una tormenta en un vaso de agua y la calidez y seguridad de una familia toman dimensiones mayores.
Valle de Solis me acerca a ti de otra manera: el cuidado del Abuelo y sus comidas semanales par llevar cada domingo al Mirador. Los pasteles para la runión de las noches sabatinas en Polanco. El esplendor de los sabores lo inunda todo. Con trabajo e ilusión se cambian los tapices de las paredes, los pisos se cubren de alfombras de algodón; pasan por esta casa los americanos y Lucha Garza, se le hospeda al Abuelo, los holandeses y austriacos; la casa está abierta a muchos. Hay largas pláticas femeninas en la cocina con Lidia y Emilia; tendaladas de ropa en remojo en tinas metálcas, planchas van y planchas vienen, la mesa con su cubierta de granito cambia de sitio cada semana.