En uno de los muros del salón
están los grandes espejos para poder observar los movimientos, en otro se alzan
las barras de ejercicios, en el piso los colchones y en una esquina se apilan
cuidadosamente cojines, cuñas, pelotas de colores y tamaños diversos.
Desde temprana hora parece una
colmena con el ir y venir de alumnos y sus madres – ya que rara vez aparece un
padre, cuando lo hay-. No falta la música que por ratos es de fondo y en otros
tramos el volumen acompasa los movimientos.
Las sesiones de ejercicios y
entrenamientos son rápidas, no se completa la hora y en ese lapso
disciplinadamente las madres asean los espacios antes y después del turno de
los hijos. Hay algarabía pero también lamentos y aún llantos.
En este día, al término de la
sesión que tuvo calentamiento, masajes, ejercicios y juegos, el pequeño Matías acabó
con gran sonrisa en su rostro. Quería demostrar su alegría haciendo morisquetas
y gracias con sus manos, empeñó su mejor esfuerzo para demostrarlo a su
entrenador y le miraba fijamente a los ojos esperando en retorno una mueca de
gratitud y reconocimiento a sus avances, pero ella no llegaba. Matías no pudo
comprender que su terapeuta es invidente.
CAM Santa María Ahuacatitlán.
12 de septiembre de 2013
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